Un mito es una creencia falsa, una leyenda sin base científica o contraria a la razón.La Mitología con mayúsculas es la clásica grecolatina, repleta de dioses, héroes y epopeyas; pero hay otra con minúsculas, cotidiana y menos trascendente, que consiste en un conjunto de creencias populares sin fundamento, modernamente denominadas «leyendas urbanas».

Algunos ejemplos:-

–        En los desagües de las antípodas el agua gira en sentido contrario al del hemisferio norte. Falso: el sentido del giro depende del diseño del sumidero.

–       La muralla china se ve desde la Luna. Falso: ninguna construcción humana es reconocible a simple vista desde nuestro satélite (lo curioso de este mito es que se instituyó mucho antes de que el hombre pusiera el pie en ella).

–       Walt Disney está criocongelado. Falso: fue incinerado días después de morir.

–       Los toros arremeten contra el capote porque odian el color rojo. Falso: estos bóvidos son daltónicos y embisten al capote porque lo perciben como una amenaza.

–       Los vikingos llevaban cascos con cuernos. Falso: el casco alado o cornudo forma parte de la escenografía wagneriana de El anillo del Nibelungo.

–       Sólo utilizamos el 10% de nuestro cerebro. Falso: lo usamos todo, aunque parezca que algunos no llegasen al 1%.

–       Etc.

En el ámbito de la salud los mitos populares son numerosos. He aquí una breve muestra:

–       Ver la televisión o la pantalla del ordenador de cerca daña la vista de modo irreparable. Falso, como mucho la cansa.

–       Acostarse nada más cenar engorda

–       Hay que beber dos litros de agua al día. Falso: dependiendo de variables como la actividad, la temperatura y otras, algunos días bastará con un litro y otros necesitarán tres.

–       Es mejor la margarina que la mantequilla. Falso: son grasas diferentes y por tanto no comparables. La margarina, por ejemplo, no posee las vitaminas de la mantequilla pero lleva conservantes y tiene más calorías.

–       Las antenas de telefonía producen cáncer. Falso. Las radiaciones que emiten no son ionizantes, al contrario de las de los rayos X o el escáner (TAC), cuya exposición sí incrementa el riesgo de contraer algunos tipos de cáncer.

–       Raparse el pelo lo ayuda a crecer. Falso: incluso el afeitado completo del cuero cabelludo no tiene ninguna repercusión sobre el subcutáneo folículo piloso.

–       Las ostras son afrodisíacas. Es falso, pero de una cena lujosa con ostras bien regadas con champán a lo otro no hay más que un paso.

–       Bañarse después de comer puede producir un corte de digestión mortal. El síncope de hidrocución se produce por un reflejo de inmersión extremo, más acusado en los niños, por una alteración brusca de los reflejos al contacto con el agua, pudiendo provocar una pérdida de conocimiento (síncope) ó una parada cardiaca, independientemente del proceso digestivo.

–       Etc.

En cuanto a los diferentes aparatos y sistemas del cuerpo humano, sus patología y las especialidades que las tratan, existen convencimientos específicos tan equivocados como arraigados y extendidos en la opinión pública.

Por lo que respecta nuestra especialidad, la Cirugía Ortopédica y la Traumatología, también posee su propia mitología en torno a las afecciones del Aparato Locomotor. A saber:

–       El mito de la salubridad del ejercicio físico: hacer deporte «es bueno». Falso. Estará demostrado que el ejercicio físico (intenso, se entiende, no pasear por el parque) resulta beneficioso para el sistema cardiovascular, el páncreas, el tipo o la autoestima, pero para los músculos, ligamentos, huesos y articulaciones del aparato locomotor, el ejercicio en general y ciertos deportes en particular son una fuente inagotable de mecanismos lesionales, con preferencia de segmentos corporales según la disciplina deportiva en cuestión.

  • En el atletismo (carrera, salto) son frecuentes las lesiones musculares agudas (lesiones fibrilares, sobre todo en isquiotibiales y tríceps sural) o tendinosas crónicas de las extremidades inferiores (rotuliano, aquíleo).
  • Los deportes de balón en mano (balonmano, voleibol) lesionan preferentemente el hombro.
  • El baloncesto es fuente de lesiones en tobillos (esguinces) y rodillas
  • Las caídas laterales de la bicicleta producen traumatismos de la cintura escapular (fracturas y luxaciones de clavícula y extremo del húmero)
  • Los agarrones del rugby producen con frecuencia arrancamientos de los tendones extensores de los dedos.
  • Ningún deporte está a salvo: el esquí, las artes marciales, los juegos de pala o raqueta, todos tienen sus lesiones particulares. Con todo, el juego-deporte que más lesiones traumáticas produce es, con mucho, el fútbol. La generalización de su práctica a todas las edades y la potencial brutalidad de las «entradas» están convirtiendo al fútbol casi en un problema de salud pública, sobre todo en lesiones de rodilla como roturas meniscales y del ligamento cruzado anterior.

–       El mito de la pelotita de goma. está muy extendida la creencia en que apretar una pelota de goma con la mano ayuda a su rehabilitación, sea cual sea la patología o lesión que presente. La función más importante de la mano es la prensión con la que cogemos, mantenemos o apretamos objetos. Cuanto mayor sea la flexión de los dedos –máxima cuando se cierran por completo sobre sí mismos hasta que la punta de las yemas contacte con la palma– mejor ejercerá la mano esa función, a lo que se opone un obstáculo como la pelotita de goma.

–       Mito del vendaje. Una de las quejas más frecuentes de pacientes traumatológicos atendidos en servicios de urgencias y consultorios para ilustrar una supuesta atención deficiente es que «ni siquiera me pusieron un vendaje». Envolver (tapar, en definitiva) una zona dolorida o inflamada con venda es todavía para muchas personas una expresión visible y palpable del cuidado que hunde sus raíces en la ancestral práctica chamánica, cuando los únicos remedios disponibles por el curandero eran sus manos impuestas y la aplicación local de ungüentos o apósitos. Salvo si existen lesiones cutáneas que precisan protección, la mayoría de los vendajes son inútiles y, en ocasiones (compresivos, de crepé, etc) provocan compresiones, edemas, erosiones y hasta heridas que ejemplifican el remedio peor que la enfermedad. Un vendaje en una muñeca o un rodilla contusionadas muchas veces sólo es una molestia que impide el aseo y la función.

–       Mito de la descarga. Cuando una extremidad inferior, sobre todo en su tramo distal (tobillo y pie) es asiento de una lesión traumática, incluso leve (contusiones, esguinces, fracturas leves de metatarsianos o falanges), la primera medida que se recomienda al paciente es evitar su apoyo en el suelo. Esta precaución, que puede aceptarse como intuitiva o prudente en el profano, se fomenta incluso en muchos servicios médicos de urgencias, donde es frecuente que incluso niños con torceduras leves de tobillo vuelvan a casa con muletas e incluso en silla de ruedas –a veces, incluso, con prescripción de profilaxis antitrombótica con heparina ¡por la inmovilización!–. En ausencia de lesiones graves o específicas que requieran descarga, el apoyo precoz de una rodilla o un pie lesionado mejora la evolución de la inflamación, el edema y el dolor y reduce los riesgos de sufrir el llamado síndrome doloroso regional complejo (antes conocido como algodistrofia simpático-refleja o enfermedad de Südeck).

–       Mito de la maldad de la infiltración. Por razones desconocidas, la inyección local de corticoides como tratamiento de cuadros dolorosos regionales periarticulares goza de pésima reputación entre la opinión pública. El prejuicio de que «las infiltraciones son malas» no deja de sorprender diariamente como respuesta a su propuesta de tratamiento, que obviamente no haría si creyera que perjudicará a su paciente. Como cualquier otra opción terapéutica, una infiltración bien indicada y correctamente aplicada puede ser, utilizando otra expresión popular, «mano de santo», o procurar cuando menos un alivio notable y duradero.

–       Mito de la fractura de cadera espontánea. Las fracturas osteoporóticas del extremo proximal del fémur («la cadera») pueden considerarse sin duda como patológicas, pero eso no significa, como suele pensarse, que «primero se rompe la cadera  y después se cae la paciente». Por frágil que sea un hueso, para romperse necesita un acontecimiento traumático de baja energía, como una caída a pie llano.

–       Mito de la resonancia magnética. En los últimos treinta años, los avances en técnicas de diagnóstico por la imagen aplicadas al Aparato Locomotor han sido espectaculares. A los traumatólogos jóvenes de hoy seguramente les costará trabajo comprender cómo era posible diagnosticar y por consiguiente tratar lesiones y enfermedades músculoesqueléticas sin disponer de pruebas como la ecografía, la gammagrafía, la tomografía axial computerizada (TAC o «escáner») o, sobre todo, la resonancia magnética nuclear (RMN). En especial ésta última, existe la convicción generalizada de que es capaz de «verlo todo» y por tanto de diagnosticarlo todo con fiabilidad y exactitud. Sin embargo, la RMN sólo ofrece imágenes no anatómicas que es preciso interpretar con los datos proporcionados por el interrogatorio y la exploración clínicas, tan imprescindibles hoy como antes. Como todas las pruebas complementarias, las resonancias proporcionan falsos positivos (detectan lesiones inexistentes) y negativos (no detectan lesiones existentes) y se calcula que incrementa hasta en un 400% las indicaciones de intervenciones quirúrgicas innecesarias. Hallazgos asintomáticos o propios de la edad pueden generar ansiedad en los pacientes, y tanto estos como, aún peor, muchos médicos, copian las conclusiones del informe del radiólogo y lo pegan como diagnóstico en la historia clínica. La fe popular en el poder diagnosticador de la RMN hace que muchos pacientes acudan a la consulta solicitando e incluso exigiendo la prueba con más confianza en la máquina que la realiza que en la experiencia del médico.