Para los amantes de esquiar, lanzarse nieve abajo es uno de los mayores placeres de la vida, pero esta actividad física a medias entre el entretenimiento y el deporte, como todas, entraña riesgos. El más frecuente es sufrir una lesión del sistema músculoesqueletico. Generalmente se admite que el riesgo traumático que entraña la práctica del esquí alpino es moderado y se estima en un 0,3 por ciento (tres lesionados por mil esquiadores) similar al del ciclismo, por ejemplo, y desde luego muy inferior al del fútbol, pero siempre que se esquíe por donde es debido. La imprevisibilidad de los descensos libres o fuera de pista pueden causar accidentes tan trágicos como el degollamiento por un cable de Luis Alfonso de Borbón, la asfixia por avalancha del príncipe Friso de Holanda o los traumatismos craneales por chocar contra un árbol (Sonny Bono) o una roca (Michael Schumacher). No obstante, de las veinte muertes ocurridas en España practicando esquí el alpino o el más peligroso snowboard durante los últimos diez años, siete fueron por avalancha y la mayoría ocurrieron en estaciones de esquí. En relación con los miles de aficionados que lo practican, la cifra es muy baja, las consecuencias más frecuentes de las caídas en la nieve son quemaduras solares, contusiones y esguinces y, en el peor de los casos, fracturas o lesiones articulares como luxaciones o roturas de ligamentos, cuya incidencia ha ido reduciéndose con la mejora de los equipos.

 

Los principales factores de riesgo de sufrir una lesión son el sexo (más alto en mujeres), la inexperiencia, la edad (más en los jóvenes), la falta de forma física y la nieve (dura o primavera). Las lesiones de la pelvis y las extremidades inferiores son más propias del esquí alpino, mientras las de las extremidades superiores (hombro, codo, muñeca) ocurren más practicando snowboard por el reflejo instintivo de amortiguación de las caídas extendiendo los brazos hacia el suelo. El esquí de fondo puede ocasionar lesiones no producidas por caídas, como lumbalgias y lesiones musculotendinosas por microtraumatismos repetidos.

 

Las lesiones traumáticas de importancia más frecuentes son, de mayor a menor:

 

–        Lesiones de la rodilla: suponen casi el 40%, las más graves son las roturas meniscales y de ligamentos, sobre todo la del cruzado anterior, que exige un compleja reparación quirúrgica y una larga recuperación.

–        Lesiones del hombro: luxaciones (de la cabeza humeral y acromioclavicular), desgarros musculares del manguito rotador y fracturas de clavícula.

–        Lesiones del tronco: fracturas de vértebras y costillas, fracturas de pelvis.

–        El “pulgar del esquiador” es el arrancamiento de un importante ligamento estabilizador producido por un tirón de la correa del palo enganchada en el dedo, que requiere reparación quirúrgica.

–        Los traumatismos craneofaciales y las fracturas de muñeca son más frecuentes en el esquí sobre tabla.

 

La máxima médica de prevenir más que curar también es aplicable al esquí, y entre las medidas preventivas destacan:

 

–        Una buena preparación física, que exige practicar ejercicio durante de todo el año.

–        Preparación técnica, que incluye un buen aprendizaje impartido por un monitor

–        Ejercicios de calentamiento y flexibilización antes de esquiar

–        Material básico adecuado y un equipamiento completo que incluya casco

–        No continuar esquiando cuando la fatiga se adueñe del cuerpo

–        Prestar constante atención a los otros esquiadores evitando arrollar y ser arrollados

 

En resumen, el esquí es un deporte exclusivo del invierno con una traumatología específica cuyos riesgos de lesión pueden minimizarse siguiendo estas cinco reglas de oro: técnica, preparación física, equipamiento, nieve polvo y, la más importante de todas: prudencia.